Desde el enfoque de Montessori, para entender la figura del adulto y ponerlo en contraposición a la visión generalizada que casi siempre lo coloca como un antagonista, como uno de los frentes en la guerra entre el mundo del niño y el del adulto, no podemos perder de vista jamás el papel del ambiente, pues sin éste y su preparación el rol del adulto cambia, y más todavía, el rol de un adulto educador.
Es preciso también hacer especial hincapié en esta última distinción, pues no es el mismo el rol de un adulto en un ambiente montessoriano, que el rol de un adulto en casa, aunque en dicha casa se respeten los mismo principios. Si el padre fuera educador, no podría hacer de padre, y viceversa. Cómo dice la escritora Catherine L’Ecuyer : “ La escuela ha de ser como una casa, y la casa no ha de ser como la escuela “.
Maria Montessori dedicó mucho de su trabajar a investigar sobre la preparación de los adultos para estar con niños , siendo ésta fundamental pues a parte de todos los conocimientos que debe tener un educador sobre los principios, el método , los materiales, la preparación del ambiente, las fases de los niños, etc… No es fácil empezar una tarea que se basa fundamentalmente en una creencia: el niño que esperamos surgirá, y nuestro trabajo lo realizaremos en base a unos niños que todavía no existen, pues sus caracteres se están desarrollando. El adulto está lleno de prejuicios, tanto de experiencia como sociales, e incluso convencidos a través de lecturas y reflexiones siempre nos queda un subconsciente y una tendencia a pensar que el niño es inferior a nosotros, y nosotros lo tenemos que guiar. El día a día es muy duro, y si no estamos entrenados y 100% convencidos del potencial del niño, veremos las situaciones de desorden, de desobediencia, de descoordinación.. con las gafas que han esclavizado a los niños en nuestra sociedad, esas que sólo tienen brillo para el mundo adulto y olvidan que con oportunidades, amor y un ambiente adecuado, el niño no sólo encontrará su camino, sino que lo hará con orgullo y buscando su propia perfección y desarrollo.
La formación que proponía Montessori, buscaba el descubrimiento del niño por parte del observador, buscaba que no dependiéramos de ella ni de sus teorías.
Sin horas de observación y una convivencia veraz con los niños no seremos capaces de ver las pequeñas señales que muestran el verdadero interés del niño, o las barreras que le frenan. Por ejemplo: Un niño de dos años empieza a tocar cosas que están a su alcance, nosotros le decimos que no lo haga, pero a a pesar de ello sigue. Aquí pasan dos cosas: por un lado no hemos entendido la necesidad casi visceral del niño de tocar todo con sus manos, y por otra, la lectura que seguramente él hará ( pues está cerca de la crisis de la oposición, Silvana Quattocchi lo explica con estas palabras :“En realidad lo que el niño no acepta es nuestra manera de hablarle, en la que continuamente enfatizamos que es pequeño y debe hacer lo que se le ordena” ) , que el adulto le vuelve a recordar de nuevo que es pequeño y no puede hacer lo que quiera. Esta situación genera varias preguntas: las cosas que están a su alcance se pueden retirar, están puesta ahí con algún fin, son adecuadas para su etapa evolutiva…
El adulto ha de ser consciente que el niño sólo puede desarrollarse por si mismo, y que nuestra intervención ha de ser tan indirecta como el sol que necesitan algunas plantas, pues un sol directo las secaría o no les permitiría crecer con el mismo brillo y la misma posibilidad de florecer.
Dentro de este ambiente, el adulto es el encargado de poner normas y límites, y para ello ha de ser preciso, consistente y consecuente. Sólo con límites así podremos llegar a conseguir un niño con disciplina interior, construida a través del trabajo, del día día, evitando así los extremos de desobediencia a todo y de obediencia ciega.
Los límites sólo tienen sentido con la libertad, pero dicha libertad implica una organización más minuciosa que en otros sistemas.
Si dentro de los límites que aparecen de forma natural debido a la organización se consigue el trabajo del niño, concentrado y feliz, la disciplina interior, ajena a premios y castigos , aparecerá, y no sólo formará parte del desarrollo, sino que lo que acelerará. Amanda Céspedes, en clave de educación emocional, hace referencia a este amor para implantar los límites, como la levadura en un bizcocho: hace que este aumente de tamaño de forma exponencial.
Otra tarea fundamental del adulto, tanto para adaptar el ambiente, como para cambiar su percepción de los niños y alimentar la fe en el desarrollo del niño que todavía ha de aparecer, es la observación. Ésta obliga a permanecer pasivo, y la constancia y la precisión, ayudan a observar detalles que pasaríamos por alto ( “ Los árboles no te dejan ver el bosque”) .
Si la observación se registra y posteriormente se reflexiona, su utilidad además será pedagógica, pues las conclusiones ayudaran a mejorar el aprendizaje dentro del ambiente observado.
Esta observación ha de conseguir un equilibrio entre la neutralidad que permita observar al observado en su estado natural, sin que esa observación influya en sus comportamientos, y entra la acción que necesariamente ha de realizar un educador en su ambiente.
A través de todas estas funciones, que incluyen preparar el ambiente, favorecer la autonomía, avanzar a la independencia y autocontrol, mantener los límites, liberar al niño de obstáculos, ofrecer actividades, observar, hacer un seguimiento y finalmente desvelar al niño que permanecía oculto, podremos disfrutar en un ambiente de respeto y amor, rodeados de belleza y cultura, de posibilidades, de materiales nobles, de espacio y aire para el sonido sutil, la lágrima, la sonrisa y la emoción oculta, podremos disfrutar los niños y el adulto de la fuerza interior nacida en libertad . Entonces como decía Montessori podremos decir: “ahora los niños trabajan como si yo no existiera”.
Dentro de un ambiente Montessori podemos separar las funciones del adulto en dos: una centrada en dar posibilidades al individual , las presentaciones individuales y como posibilitan tener un rato para cada niño, y otra en observar lo general, en el ambiente, el clima, los materiales, el ruido, el movimiento etc…
Para poder realizar todas estas funciones de forma adecuada el adulto ha de ser consciente de todos los procesos emocionales que se están gestando en el interior del niño. Aprovechar los avances en neurociencia y en educación emocional, y sus relaciones, sería sin duda una de las preocupaciones de Montessori en la actualidad, pues en sus método no se aplicaba nada que no estuviera antes avalado por el estudio científico y su visión humanista y evolucionista de la humanidad.
La construcción de una emocionalidad sana en la educación de nuestros hijos y alumnos es fundamental. Así que no podemos centrar las mejoras metodológicas sólo en lo cognitivo. Si incluimos la parte emocional aprovecharemos el potencial de un programa biológico que garantiza la felicidad y la armonía.
Pero responder a la pregunta de qué son las emociones no es sencillo. ¿Están en el cerebro? ¿En la energía que ha demostrado la física cuántica que recorre nuestro cuerpo?
Lo que es seguro, es que son el resultado de procesar las estructuras de la vida emocional en los cambios corporales frente a las modificaciones internas y ambientales. Una sabiduría emocional en la edad adulta es capaz de integrar las experiencias de manera positiva, llegando entonces emociones complejas de perdón , compasión, desprendimiento.. Un camino de lo emocional a lo espiritual.
Son cambios pasajeros a estímulos ambientales, desde el nacimiento se organizan en polos opuestos: rabia versus alegría. Sobre la plataforma de estas primeras emociones se van construyendo otras más complejas, que requieren de experiencias y reflexiones: el júbilo, la euforia, la vergüenza, el disgusto,..pero siguen aposentándose en el eje polar de opuestos.
La principal vía de expresión emocional es el lenguaje: el verbal y el no verbal. El paso de un tipo de expresión a otro, nos guiará en nuestro papel de educadores en función de la edad.
Otros aspecto a tener en cuenta y a definir es el temperamento , que constituye el factor biológico de la personalidad humana, que se hereda de antecesores. Ser capaces de leer las señales de reacciones biológicas como la ansiedad, puede ayudarnos mucho a entender como funciona el niño y conducirlo a una emocionalidad sana.
Cuando las emociones son analizadas cognitivamente y se le asignan significados, las que perduran, se convierten en sentimientos. Estos sentimientos entonces integran elementos psicofísicos y emocionales, pero también se nutren de elementos biográficos. Siempre son los mismos, son arquetipos universales, pero se vivencian de forma individual.
El temperamento lo podríamos dividir en tres dimensiones: la ansiedad, que es una respuesta normal psicofisiológica que prepara al organismo para situaciones potencialmente peligrosas, los impulsos, que son respuestas conductuales automáticas en desafíos de supervivencia, y el estado de ánimo y capacidad de goce, que es una sensación subjetiva de bienestar físico y psíquico que se mantiene en el tiempo ajeno a estímulos externos.
La ansiedad se va recodificando y se asocia a experiencias vividas, así que puede llegar a construir un miedo propio (angustia).
Los impulsos aparecen con niveles bajos de estrógenos, dopamina o serotonina , o niveles altos de testosterona, otorgándoles una alta intensidad que impide acceder a la conciencia ( entonces se convierten en conductas negativas)
El estado de ánimo es muy sensible al estrés, y este está muy relacionado con la capacidad de goce. Con las emociones positivas se libera dopamina, lo que induce a repetir la experiencia. La capacidad de disfrutar entonces se puede perder con estados depresivos crónicos.
A nivel emocional el estado de ánimo se traduce en optimismo, generosidad, bondad, altruismo, entrega, amor compasivo etc.
El ser humano es social, y por ello el cerebro empieza a desarrollar ciertas funciones esenciales que empiezan a madurar durante los primeros 5 años de vida alcanzando la plena expresión en la pubertad. Con dichas funciones se administran las habilidades comunicativas: la mirada, el interés y la empatía, los gestos,…
De estas habilidades, a la capacidad de adecuar estrategias comunicativas a un contexto se le llama pragmática, y se sustentan con funciones corticales prefrontales. El desarrollo de ellas, depende de estímulos formativos y educativos, tanto por modelado como con técnicas de educación para la vida. Con esto nos referimos al ejemplo del adulto y pedagogías como la montessoriana.
Entre ellas están el autocontrol, uno de los objetivos principales de una educación Montessori, y el carácter, que implica disponer de destrezas que otorgan solidez, consistencia y objetividad a la conducta humana.
La formación del carácter requiere de un educador , a través de una formación sistemática. Como dice Amanda Céspedes :” Si los talentos cognitivos y sociales colocan a un niño en la senda del éxito, será su carácter lo que le conduzca a la meta”.
Poseer carácter se puede resumir en tener voluntad, perseverancia, capacidad de sacrificio, responsabilidad, compromiso, ser objetivo, consecuente, tener coraje para alcanzar una meta y ser honesto.
Entre los 7 y los 10 años, aparece el locus de control, que sirve entre otras cosas para medir el nivel de madurez. El locus de control es el proceso por el cual el niño regula socialmente su conducta. Un adulto que quiera promoverlo deberá introducir normas, valores y principios con consistencia, sistematización y autenticidad. Los maestros por ello han de ser veraces, rectos y honestos.
Si en la edad preescolar aparece una libertad primaria que ayuda a dar rienda suelta a sus impulsos, después ( a los 7-10 años) se adquiere una libertad social que se rige por acuerdos y convenciones aceptadas por el niño como propias.
Si hablamos un poco más de la libertad primaria exploratoria y la búsqueda del niño de poder para controlar personas y objetos, el adulto aparece como un antagonista, que si intenta someter o controlar provocará un movimiento de energía agresiva ( que surge del miedo y la rabia, emociones primarias) .
Así pues el adulto que está en contacto con niños ha de tener en cuenta todos estos aspectos emocionales para promover, mantener y fortalecer el mayor tesoro de la afectividad humana: la armonía emocional. Esta armonía emocional es la plataforma de la alegría existencial ( sentimiento de gozo permanente) , la motivación ( asombro ante el misterio, apertura a nuevos aprendizajes) y la serenidad (saberse aceptado).
Para llegar a este punto los niños necesitan una aceptación incondicional (todos tenemos un lado bueno y un lado malo, tenemos que aceptar ambos y de manera auténtica, los niños pueden detectar señales de falta de veracidad imperceptible para nosotros: tono de voz, gestos, movimientos, ..) , una aceptación incondicional, reconocimiento, expresión explícita de afecto y una comunicación efectiva y afectiva (ser un buen lector de señales es fundamental)
Como hemos comentado antes, las normas y límites ayudarán a forja r el carácter, pero hay que tener en cuenta el momento. Las normas ser deben ir introduciendo entre los 18 meses y los 7 años, y los límites entre los 7 y los a15 años. Así el adolescente ya los adopta como parte de un saludable estilo de vida.
Entre los 7 y 10 años es fundamental la presencia de un conductor que guíe al niño con sabiduría y ternura hacia los ámbitos de la reflexión. Dicho dialogo demanda amor y una mente abierta, y les ayudará a entender y adjetivar las emociones, lo cual sembrará la simiente del autoconocimiento.
En cuanto al respeto necesario, tenemos que saber que cualquier acto que mancille el germen de la libertad, hará a los niños esclavos.
La relación entre el niño y el adulto ha de alejarse de esa lucha constante entre ambos mundos, pues si el adulto se desnuda de sus prejuicios podrá encontrar en su relación con el niño más beneficios incluso que el niño: autocontrol, paciencia, autoconocimiento… y así además convertirse un ejemplo para las etapas posteriores donde el aprendizaje se hace más explícito. Enseñar con el ejemplo que todos tenemos defectos y cometemos errores, pero que estos son la base de la evolución y el aprendizaje. Con este horizonte de mejora del adulto, no nos queda más que desear rodearnos de niños y observarlos, y descubrir en sus silencios, sus movimientos y sus búsquedas, el reflejo de nuestra curiosidad olvidada, del niño valiente que nunca deberíamos dejar de ser.
Mis movimientos tienen una velocidad
Un tamaño
Cogen distancias que
Ni siquiera el aire que todo lo cubre
Entiende.
Mis miradas ya no pasean al azar
Comparan el cielo y lo que sea que haga sombra.
Y ni siquiera la luz que todo lo cubre
Se atreve a hacer tal comparación.
Tú,
con tus pequeños movimientos,
Tus pequeños ojos hambrientos y nerviosos,
Que Saben lo mismo que el aire y la luz,
Y se entregan a la existencia,
Con su misma sabiduría infinita,
Aquella que ama sin medida,
que reconoce su ignorancia,
Encuentras el mejor lugar del mundo:
Una cima desnuda, llena de curiosidad,
llena de espacio.
Una cima sin tiempo,
Donde los años carecen de sentido,
Pues la distancia entre las estrellas,
Nos convierte a todos en lo mismo:
Un pensamiento fugaz ,
que tal vez recuerde los besos
y los abrazos.